Hace unos cuatro o cinco años, allá por el 2006 o 2007, cuando todavía no había llegado la crisis en la que actualmente estamos sumergidos, las empresas se enfrentaban a un problema complicado. Las personas jóvenes que llegaban a buscar trabajo no tenían espíritu de superación.
Recuerdo que por aquel tiempo apareció un estudio que reflejaba que el objetivo de la mayoría de los encuestados (estudiantes) era el convertirse en funcionarios.
En muchas entrevistas de trabajo que realicé por entonces había un denominador común: muchos eran jóvenes, estudiantes de carrera o recién licenciados, que vivían con sus padres, vivían en la burbuja que se había extendido de forma global. Y tenían, por tanto cierta estabilidad económica. Esta estabilidad, no obstante, provocaba que no asumieran riesgos y se relajaran, ya que tenían un respaldo económico detrás.
Asimismo detecté que durante las entrevistas de trabajo, las condiciones económicas a negociar con los candidatos eran muy altas para el mercado existente por entonces. Total, no tenían nada que perder. Si no les dabas el trabajo y lo que querían, seguían viviendo igual de bien con sus padres.
Me viene a la cabeza un candidato a Técnico de Sistemas que pedía como mínimo 35.000 euros brutos anuales para incorporarse a la empresa. La cifra, en este caso, se encontraba fuera de mercado teniendo en cuenta que acababa de finalizar la carrera y no tenía experiencia profesional alguna. Sino era a partir de esa cifra, prefería no trabajar.
Existía pues una cierta pérdida de ambición, de objetivos profesionales. Solo buscaban trabajar 8 horas, cobrar y ya está.
Fue cuando comenzó a aparecer en los medios de comunicación y redes sociales el término de “Nini”. Es decir, jóvenes que ni estudiaban ni trabajaban. Muchos porque quizás no habían tenido las oportunidades ni los recursos que otros si habían tenido, pero también muchos, que son de los que hablo en este articulo, que incluso teniendo dichas oportunidades, teniendo unos estudios, disfrutando de una estabilidad económica, no querían esforzarse y aprovecharlas. Y eso era algo muy triste.
Las empresas, cierto es, tenían algo de culpa cuando siempre han pedido más y más al trabajador sin dar nada, o muy poco, a cambio. Y los jóvenes de entonces que buscaban trabajo lo sabían. Se dio la vuelta a la situación y los nuevos trabajadores comenzaron a ser quienes ponían las condiciones, quienes exigían ciertos mínimos a las empresas para entrar a trabajar en ellas, quienes querían de entrada y sin negativa alguna conciliar vida familiar y laboral. Y si a la empresa no les gustaba, el trabajador, si estaba en proceso de selección la abandonaba, y si ya estaba trabajando, se iba a otra empresa sin ningún problema, sin ningún remordimiento. Los jóvenes comenzaron a tener valores distintos y las empresas tenían un reto importante entre manos: escucharles, comprenderles y adaptarse a sus necesidades e inquietudes. Solo de esta manera podían contar con ellos en las plantillas.
No obstante, en el fondo, este cambio no era tan negativo. Comenzaba a imperar la máxima que siempre todos hemos intentado cumplir : Trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. Y también en cuajar el concepto de ofrecerse a la empresa porque eras tu el que te ofrecías, no el otro quien te contrataba. Pero claro, como todo en la vida, el cambio ha de ser equilibrado. Todo es cuestión de esfuerzos entre empresas y trabajadores. Sino, el sistema se cae, se rompe. Todas las posiciones extremas son malas.
Actualmente con la crisis, la situación ha vuelto a cambiar. Ya no se observan este tipo de actitudes, por lo menos, en la cantidad en que antes se producían. Se vuelve a valorar el trabajo y una posición en una empresa es algo preciado hoy en día. El concepto “compromiso con la empresa” vuelve tener validez. La generación “Nini” también se está comenzando a poner las pilas, según las últimas noticias aparecidas en los medios, y trabajadores y empresas están algo más concienciados en no ejercer políticas y comportamientos de presión hacia el otro.
Aquel movimiento, aquella burbuja, sirvió para que las empresas comenzara a cambiar sus políticas hacia sus empleados (conciliación laboral, flexibilidad de horarios, etc.). Y esperemos que así siga por ambas partes, pero sin radicalismos, sin actitudes infantiles, con compromiso y pensando siempre en la otra parte. Todos estamos en el mismo barco. Aunque con la nueva reforma laboral, ya veremos que pasa en el futuro.
Recuerdo que por aquel tiempo apareció un estudio que reflejaba que el objetivo de la mayoría de los encuestados (estudiantes) era el convertirse en funcionarios.
En muchas entrevistas de trabajo que realicé por entonces había un denominador común: muchos eran jóvenes, estudiantes de carrera o recién licenciados, que vivían con sus padres, vivían en la burbuja que se había extendido de forma global. Y tenían, por tanto cierta estabilidad económica. Esta estabilidad, no obstante, provocaba que no asumieran riesgos y se relajaran, ya que tenían un respaldo económico detrás.
Asimismo detecté que durante las entrevistas de trabajo, las condiciones económicas a negociar con los candidatos eran muy altas para el mercado existente por entonces. Total, no tenían nada que perder. Si no les dabas el trabajo y lo que querían, seguían viviendo igual de bien con sus padres.
Me viene a la cabeza un candidato a Técnico de Sistemas que pedía como mínimo 35.000 euros brutos anuales para incorporarse a la empresa. La cifra, en este caso, se encontraba fuera de mercado teniendo en cuenta que acababa de finalizar la carrera y no tenía experiencia profesional alguna. Sino era a partir de esa cifra, prefería no trabajar.
Existía pues una cierta pérdida de ambición, de objetivos profesionales. Solo buscaban trabajar 8 horas, cobrar y ya está.
Fue cuando comenzó a aparecer en los medios de comunicación y redes sociales el término de “Nini”. Es decir, jóvenes que ni estudiaban ni trabajaban. Muchos porque quizás no habían tenido las oportunidades ni los recursos que otros si habían tenido, pero también muchos, que son de los que hablo en este articulo, que incluso teniendo dichas oportunidades, teniendo unos estudios, disfrutando de una estabilidad económica, no querían esforzarse y aprovecharlas. Y eso era algo muy triste.
Las empresas, cierto es, tenían algo de culpa cuando siempre han pedido más y más al trabajador sin dar nada, o muy poco, a cambio. Y los jóvenes de entonces que buscaban trabajo lo sabían. Se dio la vuelta a la situación y los nuevos trabajadores comenzaron a ser quienes ponían las condiciones, quienes exigían ciertos mínimos a las empresas para entrar a trabajar en ellas, quienes querían de entrada y sin negativa alguna conciliar vida familiar y laboral. Y si a la empresa no les gustaba, el trabajador, si estaba en proceso de selección la abandonaba, y si ya estaba trabajando, se iba a otra empresa sin ningún problema, sin ningún remordimiento. Los jóvenes comenzaron a tener valores distintos y las empresas tenían un reto importante entre manos: escucharles, comprenderles y adaptarse a sus necesidades e inquietudes. Solo de esta manera podían contar con ellos en las plantillas.
No obstante, en el fondo, este cambio no era tan negativo. Comenzaba a imperar la máxima que siempre todos hemos intentado cumplir : Trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. Y también en cuajar el concepto de ofrecerse a la empresa porque eras tu el que te ofrecías, no el otro quien te contrataba. Pero claro, como todo en la vida, el cambio ha de ser equilibrado. Todo es cuestión de esfuerzos entre empresas y trabajadores. Sino, el sistema se cae, se rompe. Todas las posiciones extremas son malas.
Actualmente con la crisis, la situación ha vuelto a cambiar. Ya no se observan este tipo de actitudes, por lo menos, en la cantidad en que antes se producían. Se vuelve a valorar el trabajo y una posición en una empresa es algo preciado hoy en día. El concepto “compromiso con la empresa” vuelve tener validez. La generación “Nini” también se está comenzando a poner las pilas, según las últimas noticias aparecidas en los medios, y trabajadores y empresas están algo más concienciados en no ejercer políticas y comportamientos de presión hacia el otro.
Aquel movimiento, aquella burbuja, sirvió para que las empresas comenzara a cambiar sus políticas hacia sus empleados (conciliación laboral, flexibilidad de horarios, etc.). Y esperemos que así siga por ambas partes, pero sin radicalismos, sin actitudes infantiles, con compromiso y pensando siempre en la otra parte. Todos estamos en el mismo barco. Aunque con la nueva reforma laboral, ya veremos que pasa en el futuro.
1 comentario:
Excelente análisis.
Me permito añadir que lo que ha faltado ha sido tener conciencia de la diferenciación de empresas y empleados.
Un empleado que considere mi empresa como "una más" donde ganar un sueldo a final de mes, como muchas otras, no es a priori muy interesante.
Una empresa que me considere "un recurso más" que puede hacer un trabajo que qualquier otro también puede hacer, tampoco es un ambiente muy interesante donde trabajar.
Saludos.
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